Cuando a Pepa le comunicaron que, debido a las complicaciones de su estado, la pasaban de la habitación en planta a la UCI, ella le dijo al profesional sanitario que la atendía que tenía miedo. La respuesta que obtuvo de él fue: “¿tienes alguna alergia?”.

¿Por qué este profesional no pudo sintonizar con la emoción que le transmitían y la ignoró?.

A veces tenemos miedo al miedo de los pacientes e interponemos ante ellos un muro de protección. Los muros protegen, pero también separan y aíslan. La formación científica y técnica de los profesionales sanitarios puede ser excelente, pero no siempre incluye el manejo de las emociones de los pacientes, de sus familiares, y menos aún de las propias, a pesar de que todas ellas se van a desencadenar durante la vida profesional asistencial. Ante esa dificultad en la regulación emocional, y en muchas ocasiones, amparándonos en una explicación aparentemente racional de “ser un buen profesional”, y un supuesto “sentido práctico”, nos centramos en el síntoma, en la enfermedad, en el cuerpo… olvidando que todo ello ocurre en un ser humano, y dejando tras el muro de protección el verdadero objetivo de nuestra profesión: la atención a la persona. Como reclama con transparencia y crudeza el poeta y expaciente de UCI Miguel Paz Cabanas1: “Qué soy para vosotros: esputos, vísceras, orificios, la carne delgada –y nupcial- de los pies…”

Todos estamos dotados de capacidad empática, pero son muchos los factores que facilitan o dificultan su puesta en práctica, algunos personales y otros profesionales. La práctica de la empatía es una lección a aprender y desarrollar a lo largo de toda la vida, especialmente en la profesión sanitaria. La empatía supone la participación afectiva de una persona en una realidad ajena (que se centra en los sentimientos y situación de otro ser humano). No es lo mismo que la simpatía, que alude a un sentimiento de afecto hacia una persona, su actitud o comportamiento; y tampoco es lo mismo que la compasión, que supone un paso más allá de la empatía, ya que a la capacidad de percibir, sentir y compartir el estado emocional del otro, se le añade el impulso de aliviarlo.

El término empatía, erróneamente se ha traducido en múltiples ocasiones como “ponerse en los zapatos del otro”. ¿Tu andarías bien con unos zapatos que no son tuyos?, seguramente no… No podemos ponernos en el lugar exacto del otro, solo el que vive determinado estado emocional sabe al 100% cómo se siente, porque esas emociones dependen también de su interpretación de la situación, de su personalidad, de su historia de vida… y cada uno de nosotros tenemos las nuestras. Lo que sí podemos hacer es ponernos junto a él, con presencia plena, escuchar activamente lo que nos dice (y no solo con el lenguaje de las palabras), dejar que todo ello resuene en cada uno de nosotros y sentirlo. Eso será poner en marcha nuestra empatía y permitirá después una práctica asistencial humanizada al intentar responder a ese estado emocional compasivamente.

Pepa recuerda a una señora de la limpieza de la UCI que siempre que pasaba la saludaba amable y sonriente, y que un día se dio cuenta de que el reloj del box marcaba siempre la misma hora, lo descolgó, miró si estaban bien las pilas y colocó las manecillas en el lugar apropiado. Para hacer eso, esta persona:

  1. Estuvo presente en la realidad del otro y percibió su necesidad (en este caso, el sentirse ubicado temporalmente)
  2. Dejó que resonara en si misma las emociones que podían acompañar a esa situación (desorientación, miedo, incertidumbre…)
  3. Las recogió (sin empaparse de ellas, acompañando, sin hacer propia la emoción del otro)
  4. Actuó en consecuencia para aliviar el sufrimiento (con un sencillo acto que ni siquiera formaba explícitamente parte de su trabajo de limpieza).

La angustia ante “la máquina de la luz roja” por la que preguntaba y nadie explicaba si era “buena” o “mala”, los momentos de vergüenza durante la higiene corporal, el miedo al sufrimiento de los familiares a los que no se veía lo suficiente, los profesionales que actuaban o hablaban en el box como si ella no estuviera allí… se combinaron con momentos de bienestar cuando el técnico de rayos le explicó paso por paso lo que iba haciendo, una auxiliar buscó el biombo antes de asearla, la doctora le explicó de forma sencilla su evolución, una enfermera la ayudó a comunicarse cuando casi no podía hablar… Después de casi tres años, Pepa recuerda cada una de esas emociones y cómo reaccionaron los diferentes profesionales ante las mismas.

La empatía y la compasión son los componentes de la vacuna frente a la alergia a las emociones que nos asustan. No nos han enseñado estas #humantools durante la formación académica, pero nunca es tarde para aprender. La interacción con los pacientes es una oportunidad para desarrollarlas. La generosidad de los ex-pacientes de UCI como Pepa nos permite conectar con su miedo, sensación de inseguridad, desorientación, tristeza, así como con sus sensaciones de bienestar, alegría, esperanza… y participar de ellas. Date permiso en tu práctica diaria para escuchar, percibir, y actuar en consecuencia; te sorprenderá el resultado final en tu interior y no necesitarás levantar muros.

(1) Miguel Paz Cabanas (2015). Oración de la negra fiebre. León: Eolas Ediciones

 Pepa (ex-paciente de UCI)

Macarena Gálvez Herrer (Proyecto HUCI)