Turno viernes noche; como cosa usual, cátedra de los pacientes para esta doctora.

Esta vez: el dilema fue sobre las manos desamarradas. Puedo usar muchas palabras: amarradas, atadas, inmovilizadas. Como sea, la ciencia ya nos ha dado la evidencia que los pacientes se sienten angustiados por estar con las manos amarradas cuando están acostados en una cama en la UCI. Y cuando uno lo piensa, pues parece lo más obvio. Pero lo que fue costumbre no es mala intención. En este caso, lo hacíamos por prevención de que no se fueran a retirar nada, sobre todo sondas y tubos que necesitan para respirar o alimentarse.

Afortunadamente, los médicos de vez en cuando logramos romper paradigmas. Ya aprendimos que si les explicamos – y también aprendimos que los pacientes sí nos pueden entender-, no se retirarán nada cuando entiendan que esos elementos incómodos los necesitan para mantenerse con vida. Que cada día probablemente irán ganando independencia, pero que por ahora, necesitan ser todavía pacientes, en todo sentido de la palabra. Así que una corta intervención sobre qué cosas debe evitar tocar o agarrar, cómo les ayuda cada una de estas cosas que ahora son tan incomodas, resulta suficiente y tenemos nuevamente un ser humano “libre”, con sus manos sueltas, así sea para poder rascarse la nariz cuando les plazca.

Decido entonces empezar mi tarea; tengo una paciente apenas empezando a despertar en la UCI, pero aún muy delicada, conectada al respirador. Sondas, tubos; debe ser aterrador despertar de repente así. Le explico que requirió una cirugía grande, que aún está débil y que a través de ese tubo en la boca un respirador le está ayudando; que hay una pantalla que me muestra como está, pero que para eso tiene todos esos cables conectados, y que voy a ver como hago para que una alarma no se dispare tanto.

Le pregunto si me entiende, que responda con su cabeza, que mueva sus manos y sus pies tranquila, pero que por lo demás, no trate de moverse mucho. Asiente y hace señas que quiere escribir. Comienza a hacer las preguntas usuales sobre qué ha pasado, qué cirugía fue, qué día es hoy, qué está pasando y qué esperamos que pase, quienes han ido a verla, etc. Una por una, algunas más fáciles que otras, vamos respondiendo. Al final le recuerdo que le dejaré las manos sueltas, pero que trate de ser consciente en no retirarse nada, aunque le incomode, que tenga paciencia. Me mira con los ojos bien abiertos y menea la cabeza de un lado a otro, diciendo que no.

– Que no se preocupe, que va a tener las manos sueltas. Otra vez menea la cabeza. Que no.

Confundida le pregunto:

– Que no quiere tener las manos sueltas?. Asiente. Nos miramos extrañados.

¿Porqué alguien quisiera estar atado?

De repente alguien pregunta:

– Usted habla o hace cosas dormida? Sonríe y asiente.

– Y se quita las cosas que le estorban? Asiente.

Resuelto el misterio. Mi paciente se siente más tranquila sabiendo que no se va a retirar nada estando dormida. No quiere correr el riesgo de tener sus manos sueltas. Fue imposible convencerla. No aceptó que le fijáramos mejor el tubo o que le dejáramos las manos cubiertas. Pero obvio, ella se conoce.

Son las 11:30. Acabo de pasar a ir a verla: Está plácidamente dormida, con el tubo en su boca y las manos atadas suavemente a los lados de la cama.

Stella Navarro. Notas de adentro.